Sidra y Jazz, mezcla asturiana universal
Septiembre además de cuesta para el bolsillo e inicio de curso también es mes puente estacional entre verano y otoño, la estación ideal asturiana, aún sin arrancar nada del todo pero con momentos de lecturas y conciertos variados. Me gusta escribir sobre música y músicos de mi tierra, una forma de apoyo pero sin «madreñismos» que dice mi primo David Álvarez, queriendo dedicar esta entrada a unos enamorados del jazz y la bossanova, de la música a fin de cuentas, que sin vivir de ello tienen una trayectoria profesional más que larga y no ya por años, que estamos más o menos en la misma quinta todos, habiendo pasado por distintas formaciones y estilos, apostando esta vez por la pareja, un dúo «sui generis».
Me refiero al dúo turonés Jazz & Bossa 2r1b (los números tienen que ver con la dirección del local de ensayo) formado por Juan Luis Varela y Gustavo Salinas, saxo y bajo eléctrico respectivamente, (Varela&Salinas) que decidieron hacer su presentación en casa arrancando las fiestas de El Cristo el pasado viernes 11 de septiembre en la terraza de la Sidrería Casa Chuchu a partir de las 22:30 horas, al aire libre con una megafonía suficiente y todo un repertorio de dieciséis temas conocidos por la mayoría de asistentes que disfrutaron a pesar del orbayu que quiso despertarnos a la realidad de no estar en Copacabana sino en el valle minero por excelencia, hoy en declive pero con las mismas ganas de seguir figurando en el mapa, algo que esta pareja llevan haciendo desde siempre. La música en vivo más viva que nunca pese a dificultades y pegas en aumento.
Muchos meses de ensayo y conciertos varios, con la dificultad de tocar no en cuarteto sino sobre unas excelentes bases pregrabadas de batería o guitarra que pese a resultar «cómodos» como instrumentistas virtuales (no beben, no fuman o no discuten) son de lo más exigente a la hora de tocar con ellos (no se confunden, no esperan, son dictadores con el tempo, no permiten ampliar otra rueda si estás inspirado en el solo…), pero finalmente cierras los ojos y te olvidas que sólo hay dos frente a tí, algo que por otra parte también logramos «hace nada» amenizando una velada literaria de nuestro Mieres.
El saxo tenor de Varela tiene su mismo timbre de voz unido al color de sus pinturas, como debe ser: sus fraseos y respiraciones resultan plenamente vocales y luminosos, sobre todo en los temas que tienen letra propia y el soplido tenga acento «portugués brasileiro» como en La Chica de Ipanema o la Manha de Carnaval que escuchamos en la película «Orfeo negro», pero también pronuncie un perfecto inglés del inimitable Frank Sinatra en Fly me to the Moon e incluso los llamados standards que los crooners han inmortalizado (perdón por tanto anglicismo) y el saxo revierte al instrumento.
El bajo de Tavo es prolongación de su forma de ser, el sustento necesario, la discreción y saber estar, escuchando antes de hablar porque sin él no habría diálogos como All of Me o Misty, capaz de bailar sobre el mástil o jugar en las baladas con solos de puntillas bien asentadas rememorando a las grandes Lady Day o Ella. Casi dos horas sin interrupción de buena música, la atemporal más allá de modas porque el tiempo las ha asentado, final de verano con hojas muertas (Autumn Leaves) recordándome al idolatrado Bill Evans al que nos permitimos versionear en aquel proyecto Sopa de LenteJazz con el que debutamos en un concurso donde «Cifu» era parte del jurado con Oviedo capital del jazz español, sótanos llenos de humo y paladar de güisky. Siempre música, omnívoro que disfruto tocando y escuchando, esta vez tentado a buscar un teclado para sumarme a la pareja de amigos músicos. Fue mucho más que la sombra de tu sonrisa…